Necedades Parte I

Author: José Miguel Lecumberri /

La pereza es mi única aspiración. Soy una víctima del acto, estoy atrapado por el incesante vaivén de las circunstancias y no me puedo desafanar. Mi visceralidad es mi conciencia, mis intestinos me moralizan.

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Envenenado por la noche, torturado por el insomnio, el verdadero genio no puede más que volverse un inadaptado, una sombra de sí mismo, haciendo del tedio su único órgano funcional.

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Sólo en el seno del acto he encontrado la fecundidad, yo soy su vástago, un agitado. En él he podido olvidarme de mí y de mis miserias. Ya no soy yo mismo, sino estas letras que son nada.

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Nada tiene sentido. Al borde del desencanto categórico, siempre encontramos la forma de sobrellevar la vida. Si fuésemos más honestos, nos desvaneceríamos sin dejar rastro. La idea de trascendencia es la perversión más grácil de la naturaleza.

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Para aburrir al destino, para eso inventamos las profesiones, los grados académicos y los protocolos, toda nuestra vida se reduce a la imagen que los demás se forman de nosotros, estamos impedidos para siempre, la Muerte nos ha endosado al ensueño, nos ha usado como forma de pago para sus deudas con el absurdo.

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La Justicia Penal, rapiña disfrazada, es el ejemplo más claro de nuestra debilidad para con nosotros mismos.

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Los tecnicismos, bisutería lingüística.

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La abulia, sofisticación absoluta de los apetitos.

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Las inútiles preocupaciones de los humanistas contemporáneos y sus igualmente inútiles acciones, me han llevado a pensar que el ser humano, a pesar de haberlo deseado todo, ha sido incapaz de estar a la altura de sus más extraordinarias desviaciones.

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La melancolía, fuente de mi eterna senectud.

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La única retórica verosímil es el cinismo.

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La idea del purgatorio me parece fascinante pero mal ubicada. Tal vez sea a causa de nuestra tendencia a consignar a los dominios de la muerte, todo aquello que podría hacernos sensatos.

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Soñé con un mundo prodigioso, sin cristos ni ideales. Un mundo fantástico, donde los desiertos ocupaban el lugar de los mares.

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“40 BARCOS DE GUERRA, RESEÑA DE UNA BATALLA INSONDABLE”

Author: José Miguel Lecumberri /

href="http://http//cuarentabarcosdeguerra.blogspot.com/2009_11_01_archive.html">http://http://cuarentabarcosdeguerra.blogspot.com/2009_11_01_archive.html

“De modo que cada vez que acabamos de hablar
de nosotros no podemos saber si nuestras palabras,
prudentes e inofensivas, escuchadas con aparente cortesía
e hipócrita aprobación, serán o no motivo de comentarios
furiosos o regocijantes, pero desfavorables en todo caso.”
Marcel Proust

Hace un par de días, cuando los editores de VersodestierrO, Adriana y Andrés, me hacían formal entrega de los ejemplares correspondientes a mi participación en la antología titulada 40 Barcos de Guerra, me encomendaban igualmente la elaboración de un breve “ensayo”, según sus propias palabras, en relación con el “ataque poético” emprendido por sendos buques.

En primer lugar, he de admitir que llevar a cabo esta modesta reseña a una labor tan asombrosamente titánica como la que estos cuarenta y dos editores se han atrevido a emprender, me ha provocado cierta incomodidad en proporción a lo modesto de mi participación, como si a partir de una acacia se quisiera saber el bosque. Sin embargo, con cautela he decidido iniciar lo que espero se convierta en un intenso alud reflexivo en torno a la poesía mexicana actual.

Lo que inmediatamente salta a la vista en un primer repaso por las columnas de este ejército, es que entre sus filas existe una acrisolada selección de material, la cual, no siempre siendo de mi agrado (evitaré entrar en detalles a este respecto, pues no se trata en esta ocasión de hacer crítica literaria, sino más bien de esbozar una brevísima doxa sobre la labor cultural per sé, contenida en 40 Barcos de Guerra y que sirva, sin mayor pretensión, como una piedra de toque para un marco de referencia sobre el cual se entable un futuro debate respecto de este gran trabajo antológico) ha logrado conformar una renovada Torre de Babel, que sin lugar a dudas está por probar la fuerza y solidez de sus cimientos frente al “oscuro tribunal de la lectura” como dijera Leopoldo María Panero.

En este orden de ideas, es que yo, un poeta menor de esta antología, me atrevo con todo respeto, a diferir de lo expresado por el maestro Enrique Gónzalez Rojo Arthur en su Prólogo a esta antología, en lo que se refiere a su insistente comparación de los 40 Barcos de Guerra con otras antologías y selecciones poéticas llevadas a cabo por lo que él llama indiscriminadamente: las “mafias” de la poesía mexicana. Esto lo conduce a una exaltación ciertamente desproporcionada del gran trabajo de la antología objeto de esta alocución, ya que si bien es cierto que 40 Barcos de Guerra constituye uno de los intentos más importantes y sobresalientes para mostrar a nivel enciclopédico el trabajo poético llevado a cabo en ciertos sectores de la sociedad mexicana, es injusto soslayar cualquier otro intento (por humilde que éste sea) que se haya llevado a cabo, tanto dentro como fuera de los círculos oficiales de la cultura nacional.

Poco debieran de importarnos estos criterios y argumentos, puesto que como resultado de mi lectura de los 40 Barcos de Guerra con todo y sus polizones, pude notar que existe una consistente presencia de grandes o medianas divas de la poesía mexicana con todo y sus grandes o medianos laureles, reconocimientos y medallas, ad nauseam, también existen proyectos, entre los combatientes independentistas de los 40 Barcos de Guerra, que son amplia y generosamente subsidiados por las esferas oficiales (tal vez debiera de decir “mafiosas”) de la cultura centralista, semiabsolutista y tropicalizada, que oprime a los verdaderos espíritus revolucionarios que aún quedan en ese limbo de los ideales llamado: burocracia cultural.

Por otro lado, me encontré gratamente con ejemplos de recatada pero fina hechura que lucen como pequeñas joyas flotantes en medio de la blanca marea del vacío.

De cualquier forma, da igual, todos hemos varado en las playas desoladas del silencio como “recién nacidos macabros” según está escrito en un poema de José Carlos Becerra, todos adornamos el desangramiento de la luz, ciegos testigos, ciegos vates.

Tampoco debiera de importarnos mucho el posible lugar que nuestros guerreros ocupen en el Valhalla, maestro González Rojo, porque finalmente el espíritu de la poesía no es, en absoluto, el de la comúnmente llamada “grilla política” o son mayor formalidad, el de la persecución de los cotos del poder socio-económico o de la posición de privilegios, ni la lucha sobrevalorada de cualquier situación de figurín, con el tedio de la gloria paseándose como un fantasma entre nuestros ojos y los del público lector, sino más bien aquella “búsqueda sollozante”, como Sastre describiera, del guerrero ancestral que se enfrenta con su soledad a los poderes de lo que sale del entendimiento humano, del consenso de la civilización, hurgando en los mapas perdidos, en los astrolabios la imposibilidad del ser, el lugar preciso en que se nos revele la urdimbre universal de la materia de la que está constituido nuestro sinsentido. Todos somos guerreros y todos hemos de morir con la pluma en la mano.

Ciertamente es esta una antología del trabajo de muchos poetas que buscan canales de difusión para su noble oficio. Peor entonces ¿Qués es lo que deiera importarnos en mayor medida? El propio oficio de la poesía y su libre expresión. ¿En qué reconocemos a un verdadero poeta?, Emil Cioran responde de un modo a mi juicio inmejorable:

…frecuentándole, viviendo largo tiempo en la intimidad de su obra, algo se modifica en mí: no tanto mis inclinaciones o mis gustos como mi propia sangre, como si una dolencia sutil se hubiera introducido en ella para alterar su curso, su espesor, su calidad.

Recordemos aquel joven vate que sistemáticamente desarregló sus sentidos, su moral, sus creencias y hasta sus prejuicios en aras de un fin mucho mayor: la videncia. Recordemos también al Tiresias de epopeya clásica consumiéndose como una “lámpara de sombras” para guiar los pasos del mundo, o incluso al Borges genial que nos advierte “Dieron a otros gloria interminable los dioses,/inscripciones y exergos y monumentos y puntuales historiadores;/ de ti sólo sabemos, oscuro amigo, /que oíste al ruiseñor, una tarde…” ¿acaso a sus poemas también los crucificaremos por disfrutar del beneplácito de las esferas poderosas? ¿acaso debo de arremeter contra quienes disfrutan de mejor suerte que yo?, ¿porqué no practicar la sabia resignación de Marco Aurelio o la inspirada melancolía de William Blake al escribir: “Some are born to sweet delight,/some are born to sweet delight,/some are born to endless night”? De ahí la suma importancia de atender al acontecimiento poético, al "rizoma" creándose y recreándose sobre sí mismo, expándiéndose, ocupándo el todo del vacío del silencio en la mente humana, con ritmo, armonía y cadencia.

Tal vez por la consumación misma de este gran hecho poético llamado 40 Barcos de Guerra, me sienta más apegado a “las cenizas de las que está hecho el olvido” o como escribiera Bachellard a “los umbrales del ser”, donde mi alma puede, a lo más, ser la transparencia irreal de un mundo irreal. Por ello insisto en que no se pierda el tiempo en críticas que nadie va a escuchar ni sentir. Si la vida constituye un abismo, o una pendiente que nos quiebra los huesos, interminable como aquella prisión del mítico Sísifo, cantemos, a la manera del Orfeo destazado, en búsqueda del amor doliente y desgarrador pero sublime y generoso, cuando la necedad que constituye transitar por los infiernos buscando la fuente verdadera sea nuestro único motivo, con la belleza como única arma, hemos también de cantar sobre el resplandor de las plumas del Quetzal, a la manera del antiguo rey. O como el Lázaro resucitado, aquel ángel podrido cuya sensibilidad al sufrimiento humilló la vanidad divina de la compasión.

Lamento mucho no compartir el terrible optimismo del gran poeta chileno Vicente Huidobro, al decir que el poeta es un “pequeño dios”, una suerte de demiurgo inacabado, anémico. Sin embargo, y esto queda patentado por la gama de acentos y ritmos que en esta cofradía de poemas concurren, la poesía es el salvoconducto del espíritu humano, la verdadera “insurrección de los saberes sometidos” tal y como Foucault lo planteaba. La poesía contenida en 40 Barcos de Guerra, debe considerarse como una especie de mándala, un microcosmos que en forma “rizomática” abate la máquina de control, cumpliendo con el verdadero espíritu del artista revolucionario.

40 Barcos de Guerra no es foro de representaciones dramáticas, no es de forma alguna, el impecable espejo de agua de cientos de Narcisos, sino por el contrario, es el cúmulo de preciosas marañas que se han ido deshilvanando desde luces más extrañas y más puras, ajenas a todo lo que el conocimiento y la ciencia consideran “progreso”, un saber inmaculado, que no puede (ni debiera) ser interpretado nunca, una verdadera máquina creadora, cuyas líneas de fuga representan los límites mismos del misterio de la escritura.

José Miguel Lecumberri

LA ANOMALÍA: LA VOZ DE DIOS (Faaip de Oiad)

Author: José Miguel Lecumberri /

PRIMERA PARTE

“Micaoli beranusaji perejela napeta ialapore,
das barinu efafaje Pe vaunupeho olani od obezoda,
soba-ca upaahe cahisa tatanu od tarananu balie,
alare busada so-bolounu od cahisa hoel-qu ca-no-quodi cial...”

“Un poderoso guardián de fuego con espadas flamígeras de doble filo
(que contienen los recipientes del engaño,
y cuyas alas son de ajenjo y sal),
han ubicado su fetiche en Occidente,
y están acompasados con sus ministros.”

La Novena Clave Enoquiana


Prospección. ¡La flama ha sido robada!
Una tertulia en el infierno, brota la sangre en forma de palabra, el Verbo se adormece en la carne, se domestica en sus gozos, se acostumbra a su calor.

Alguien marca al show nocturno y murmura desesperado: “I, I dont have a whole lot of time. um, ok, Im a former employee of area 51…”, su voz tiene algo de terrorífica, como un despertar humedecido por la orina y con el pecho bañado en gélido y viscoso sudor [a esto llama Mujica la “flor sin pétalos”] el horror vacui, deslizándose como un crótalo vértebras arriba hasta Atlas, Señor del Cansancio.

Cuando aquello que tras los Umbrales aguarda, sólo espera, sin mayor información y no te revela ni un ápice del tan esperado mensaje, sólo queda buscar, con la enfermiza paciencia del chacal, buscar el hedor que de la herida se desprende como una ausencia en la memoria, como un resentimiento sin pasado, y todo, para encontrar ese equilibrio: ¡Tú, ángel rubio de la noche, ahora, mientras el sol descansa en las montañas, enciende tu brillante tea de amor!... como exigió Blake a las sombras que acecharon sus sueños. Yo puedo intuir que en algún punto las piezas encajan pero falta la Clave, aquello que para los esotéricos y fantoches es la llave, el paso (no) más allá diría Blanchot, la historicidad de la frustración que según Foucault invita a una constante renovación del Ser, a pesar del absurdo que esto implica.

Ahora bien, tanto Hegel como Marx tenían razón, pero estaban completamente equivocados, pues la revolución no ocurre o en el espíritu o en la materia, sino que debe de sobrevenir simultáneamente en ambos aspectos del ser del hombre. El hecho de que no ocurra esto, se debe a nuestra arrogancia y a nuestra miseria a la vez, ya que ante la espantosa idea del Fracaso (al modo en que Beckett lo concebía “Fracasa mejor”) que sin embargo, es en realidad la victoria última esperada, el hombre tiembla y se desmorona como una Torre de Babel. Por ello, en la actualidad sucede lo que Lacan llamó la “angustia de la ciencia”, que al contemplar las mortajas putrefactas de su hermana la religión, se interroga autodestructivamente sobre su labor frente a la humanidad y su evidente insuficiencia…

Escuchar la “Voz del Padre (Faaip de Oiad, en enoquiano)” no se refiere a caer en la trampa estúpida de la charlatanería y los juegos de luces y sonido, sino a integrarse a ese profundo e inaudible sonido que emana de todos los rincones del cosmos en consonancia con la vitalidad que reina en el mismo, “exuberancia de la materia” como la llamaba Cioran, la vida es un puente que se traza de una orilla (lo conocido) a otra (lo desconocido), “Dime ahora lo que has hecho con tu hermoso muchacho de ojos azules, señora muerte…” como le reclamara Cummings al No-Ser, esa orilla desconocida a dónde invariablemente todo lo que es, se dirige.

La Obra de Arte: El Objeto que Abolirá la Realidad

Author: José Miguel Lecumberri /

Por: José Miguel Lecumberri

“La obra de arte, pues, ya no será inútil: ayudará a destruir la realidad.”
L.M. Panero

Privado de todo sentido, alejado y encarnado en la culpa observo el discurrir de cosas, de reflejos, intuiciones que se desbordan en la máquina que me da a luz sobre la Nada. Soy un código, soy la clave, a su vez, que lo descifra y el infierno en que goza su misterio de una tranquilidad estoica, más por pudor que por paciencia, la luz me aconseja un paso más hacia las sombras, “sin luz y ascuras viviendo…” (San Juan de la Cruz).

Y entonces sucede el arrebato: “..dolorosos pensamientos, terribles visiones, como las que se tienen en una pesadilla, le atormentaban horriblemente.”, a la manera en que Zolá explica la rendición ante la conciencia de la crueldad del mundo “¡Máquina ciega y sorda, fecunda en crueldades,/Saludable instrumento, bebedora de sangre!” Baudelaire dixit, todo apreciado desde esa inestable tranquilidad sobre la que refulge la agonía que es nuestro idioma para entendernos con la máquina llamada mundo.

El Yo se pasea por los arrabales de una vieja ciudad austral y mancilla con su esperpento la locura misma que es el ser, fragmentación del vació en la comisura de la carne, todo conciencia, todo alineamiento con el orden, oh, fatídico proceso de inventarse historias, oh, constancia del alejamiento, persistencia de la memoria, no existe aquel consuelo que tanto auguraba Marco Aurelio, no hay olvido en las cosas, y todo está terrible, fatalmente ligado a la suerte de la conciencia, a la coyuntura de esa conciencia con el paso (más) allá a la manera de Blanchot: “alusión que es el juego del olvido y de lo indirecto.”, profetiza y abunda en la herida.

Sal que es lágrima de de una matriz estéril, el arte se desproporciona en la posmodernidad: “el último rostro amado” (así lo concebía Bretón), el arte se desmesura en la espesura del tiempo, categoría que ha adquirido la ignominiosa efeméride del fenómeno, de la aparición en donde no se espera aparición alguna, todo a mismo motivo encauzado, la desolación de las putas, el estribillo de la melancolía, la pus del ano que se aferra a la vida y al placer de la vida: “…salvo de nombre/ de tus besos en mi ano…” (L.M. Panero) y todo yo te desconozco en el umbral del ser en el que Bachelard me descubrió poeta, náufrago de espacios y silencios que se nulifican en la tinta como flor prohibida por el verso, mausoleo del sentido, el arte, renovación y espíritu, la esencia sigue, paso que claudica, claudicación que pasa, secreto sin formas, rosa sin nombres, pétalos de la putrefacción henchidos de la esperanza del mundo, de la máquina del mundo que se desespera en el ser que duerme el arte, duerme el sueño inocente de los ángeles que son ahora lágrimas, y desperdicio que humedece mis labios.

La realidad ocurre. (Paso en falso). Despido de ausencia en la mirada, al tacto florecimiento de dolor, abrumadora caricia que todo lo conoce y lo desprende de su sitio elemental.
La función del arma, es la función del arte, como lo dijo Mallarmé “La Destrucción es mi Beatriz”, y en la desolación el suspiro se vuelve melodía, suave esparcimiento de los fantasmas que colman el delirio, yacente en museos, casas de cultura, arte oficial, llama oficial, llanto de roja mácula que efervesce en la menstruación de la virgen dormida por el tedio del mundo, de la máquina del mundo, que está dispuesta a desarroparla del himen, sangre como ruta a la eternidad, mugre a la mugre servida, en Belleza convertida, noche oscura que clarea la voz de los parias, ¡el arte es vuestro legado de amor para la batalla¡


LA SEGUNDA MUERTE

Author: José Miguel Lecumberri /

LA SEGUNDA MUERTE*
José Miguel Lecumberri

“...some are born to sweet delight.
some are born to sweet delight,
some are born to endless night...”
William Blake

“Es preferible no viajar
con un hombre muerto”
Henri Michaux
1
Y en el vicio entra todo
las caricias que menguan en la tarde
los bostezos que avivan las sombras
donde mi alma se consume
tardía y desesperada como un copo de azúcar
en los labios de amargo algodón de mi muerte
y en el olvidado vaivén de recuerdos
que como dentro de una esfera de cristal
despiertan voces de ángeles caídos
donde los muertos se cruzan
en la mirada que es espejo único del vampiro
mascota de Yahvé
bendito sea este charco de saliva
que tu llanto custodia como a un cuerpo en el naufragio
como a una enfermedad en el corazón sin vida
y en el poema que repite a la rosa
indigestión del verso, mácula sublime
tu ombligo
manantial de sombras
surtidor de la nada que desflora la vida
con cierta ternura
con cierto dolor que provoca alegría
pones tus labios impunemente en mi falo
como una mariposa sobre la flor carnívora
y entonces sabe a sal la nube de agua
ola sin mar, espuma que lame la arena
que hierve la arena y sangra
como un animal maldito en la belleza, en el limen
que nos protege de los secretos de la noche.
2
Arañados los cuerpos dos cuerpos
como el abrirse de una ventana
por la oscura fuerza del viento
dos cuerpos a un solo fantasma abrazados
a la hermosa herida en el vientre
suave silencio que alimenta el abismo
en el barro del sexo que amasan los labios
con armaduras vacías
y como amuletos lágrimas.
3
El cielo opaca un nombre
nos avisa su desaparición
con el cadáver de la tarde entre las manos
la noche emerge en una lágrima
que es luz o el acometimiento de la penumbra
sobre unos ojos que miran nada.
4
El loco se invoca a sí mismo en el poema
oscura orina del arcángel
escanciada en mis sueños
triste movimiento de una mano amputada
milagroso movimiento de la noche sin pasado
como la piadosa miseria del suicidio
nuez que mastica la calavera del rey Salomón
como al cuerpo profanado del Caín dormido
en el seco llanto de Dios.
5
El río sale a nuestro paso en la vereda
ya aquí es fallecimiento el aire que se respira
como un guiño en las sombras
como un resplandor de estrella
atado a la muerte
como el aliento a infinito del ahogado
espíritu de un coral anémico
que nos roba la sangre y la deja en el poema
en la insoportable caricia de la nada
insoportable sufrimiento que se viste de perla
para adornar la desnudez de tu huida
el signo dislocado del fénix
la cicatriz de su vuelo en la aurora
donde unos ojos lloran tus cenizas.
6
Mozart toca la melancolía de los ángeles con mi alma
con las grietas por donde mis nervios se filtran al abismo
al turbio espejo de agua que somete mis pupilas
en esta habitación a ciegas el hombre es una vela
un cuerpo que las lágrimas destruyen
excitadas oscuramente por su propia luz.
7
En este último acorde
el hilo azul de la agonía se reventó
en esta extraña voz de abismo
de la cual tu sombra no pudo levantarse
prisionera de mi alma
en la antigua lengua que dio alas
al lúcido delirio del poema
al otoño alfombrado por esqueletos de luz
que murmuran a oídos de la brisa
como torrente de cabellera oscura
savia que supura la noche
deliciosa herida de la carne
a tu excremento le crecen azucenas
memoria urdida en la locura.
Enervado por las ramas del sauce
tu llanto es un acróbata de fuego
una hermosa máquina doliente
cavando una fosa donde la flor yacía
de tu belleza nadie se acordará mañana
sólo la insensible piedra
la piedra herida por tu muerte
y a tu muerte enraizada.
Espero mi segunda muerte
no por amor sino por París
que ya no recuerdo
donde hay un río de negra leche
donde la flor del cerezo es un pétalo de la noche
una maldición de la mano
que encalla en un vientre, en un seno
en una caricia como cicatriz del recuerdo
de un ave perdida
en el sombrero del mago
que apareció el reloj que medirá el tiempo
que nos tomará no volver a encontrarnos
donde nos oímos llorar atados a la ausencia
nos herirnos con cuidado
para no derrumbar de su reflejo a la lágrima
donde la testa del tulipán
nos observa decapitada
también tú
con el trémulo suspiro entre tus manos y tu pecho
como un colibrí moribundo
también tú
“sobre este lecho de arena”
(como exige Celan)
con la negra flor del poema en los labios
en este sumiso beso
que no se cumple a sí mismo
harás otoño de este pensamiento
sal que la espuma diluye.
*La Segunda Muerte, fue publicado en el No. 150 de la Revista Opción del alumnado del ITAM.

Los siete titanes culteranos: aproximación a la disidencia del espacio poético (?)

Author: José Miguel Lecumberri /

1. El laberinto sonoro
“... Por eso también los libros
sagrados están escritos en lenguaje ritmado, lo cual, como se ve, hace de ellos otra
cosa que los simples “poemas” en el sentido puramente profano del término que quiere
ver el prejuicio antitradicional de los “críticos” modernos; y, por lo demás, la poesía no
era originariamente esa vana “literatura” en que se ha convertido por una degradación
cuya explicación ha de buscarse en la marcha descendente del ciclo humano, y tenía un
verdadero carácter sagrado.”
René Guénon- El Lenguaje de los Pájaros
Como afirmara Gastón Bachellard, el poeta “habla en los umbrales del ser”, ese ser que para Hegel es la Nada: “El hombre es esta noche, esta Nada vacía…”*, ¿y el poeta?, portavoz quizás, del silencio infranqueable “es la noche del mundo que se presenta ante nosotros”*
En este contexto, Ernesto Fernando Iancilevich, al hablar de los cinco niveles ontológicos de la poesía, inicia preguntándose, no sin cierto recelo: ¿Qué es poesía?, como parte del mundo fenoménico Iancilevich la hurga, encontrándole cinco principios de ser en sí:
Así, la poesía, en su aspecto fenoménico, aparece en cuatro niveles ontológicos: 1) lingüístico (acontece en la lengua), 2) literario (se ubica como género en la literatura), 3) histórico (se sitúa en la historia de la literatura), 4) crítico (interroga su propio hacer). Por cierto que el cuarto estadio no excluye los tres precedentes, sino que los conserva y proyecta, al modo de interrogación provisional, en su ir hacia la visión.

[…]El quinto grado ontológico de la poesía es el metafísico; allí acaece cognoscitivamente en la visión.1 Como representación en el mundo, la poesía es ante todo la revelación de la paradoja de identidad entre el ser y la nada. Con base en lo anterior, resulta indispensable que, antes de ahondar en el análisis de Espacio en Disidencia, aclaremos estas dos cuestiones principales: ¿Qué es poesía? Y, por consiguiente: ¿Es poesía aquello que los siete titanes han publicado?

De todo el universo teórico, que intenta desde varias perspectivas brindar una concepción adecuada de la poesía, para efectos de este breve ensayo, tomaré la senda, como ya se podía adivinar desde sus primeras letras, de la poesía como fenómeno cultural, como un movimiento del espíritu humano que se manifiesta y revela a los sentidos en la forma sublime de la melodía y la armonía, y no tanto como ese mero ejercicio de lirismo arbitrario, al que nos han acostumbrado, a una especie de parodia poética, que circula indiscriminadamente en las esferas oficiales de la cultura. Antes de dar un concepto de poesía, quiero referirme a la advertencia que José Lezama Lima escribió en su diario, en el sentido de la inaccesibilidad de la poesía como conceptualización meramente racionalizada, y los peligros de intentarlo:

Cuidado con la filología [...] Pudiera pensarse que el objeto último
de la filología es el intento diabólico y perezoso de definir la poesía.
Hay en esa ciencia la obstinación diabólica de querer hundir un alma.2 Sin perjuicio de lo anterior, y en el entendido de que este no es un trabajo de investigación sino un ensayo, es importante dar cierta luz sobre el criterio específico a usarse para dar mi concepto de poesía, por ello recurro a la definición que en su deslumbrante y breve texto El parásito de los poetas, Emil Cioran nos brinda sobre el poeta:

En esto reconozco a un verdadero poeta: frecuentándole, viviendo largo tiempo en la intimidad de su obra, algo se modifica en mí: no tanto mis inclinaciones o mis gustos como mi propia sangre, como si una dolencia sutil se hubiera introducido en ella para alterar su curso, su espesor, su calidad. Valéry o Stefan George nos dejan allí donde les abordamos, o nos vuelven más exigentes en el plano formal del espíritu: son genios de los que no sentimos necesidad, solo son artistas. Pero un Shelley, pero un Baudelaire, pero un Rilke intervienen en lo más profundo de nuestro organismo, que se los apropia como lo haría con su vicio. En su proximidad, un cuerpo se fortifica, y luego se ablanda y se desagrega. Pues el poeta es un agente de destrucción, un virus, una enfermedad disfrazada y el peligro más grave, aunque maravillosamente impreciso, para nuestros glóbulos rojos. ¿Vivir en su territorio? Es sentir adelgazarce la sangre, es soñar un paraíso de la anemia, y oír, en las venas, el fluir de las lágrimas...3

Un poeta, alguien que hace poesía, es pues ante todo un “agente de destrucción”, luego entonces se infiere que, al menos para el pensador rumano, la poesía es destrucción, ¿pero qué clase de destrucción sería esa? La poesía es tal vez como esa “noche oscura del alma” que los místicos describían de la siguiente manera:

En esta noche oscura comienzan a entrar las almas cuando Dios las va sacando de estado de principiantes, que es de los que meditan en el camino espiritual, y las comienza a poner en el de los aprovechantes, que es ya el de los contemplativos, para que, pasando por aquí, lleguen al estado de los perfectos, que es el de la divina unión del alma con Dios.4

Tal vez y como sugirió Pablo Picasso, en clara referencia a las antiguas tradiciones orientales: “todo acto de creación es en primer lugar un acto de destrucción”, la poesía destruye y, a diferencia del arte, la poesía interviene no sólo en el sentimiento, en la formalidad del espíritu, sino que conmociona los cimientos de su existencia y conduce, con la ternura de una madre enloquecida por su propia belleza, a un estado de videncia, que sólo es posible lograr por medio de las palabras como materia prima de la conciencia, esa misma que el demiurgo trabajó a partir del barro primigenio, la palabra es pues fuente, emanación de luz que se proyecta en el instante y conduce a la eternidad por las venas putrefactas del tiempo, la poesía es la imagen de aquello que sólo es posible para el hombre, aprendiz de divinidad.

Tal y como Rimbaud la concebía, la poesía es ese “largo, inmenso y sistemático desarreglo de todos los sentidos”, donde el espejo queda inmaculado, para siempre puro, libre de reflejos donde el ser y la nada se identifican en toda su plenitud.

Aquí, se aprecia un complejo juego de forma y fondo, de estructura y contenido en el cual la poesía se va desarrollando. La poesía es un camino fuera del espacio y del tiempo, una primera referencia de la desintegración del cosmos, ejercicio de contemplación que nos conduce a un irrefrenable asombro de la Nada, a una inactividad y a una falta de potencia vital por virtud de la cual, se llega al “Misterio de todos los misterios/Llave de toda mudanza”5

La poesía es de los pocos objetos sagrados que aún perduran, a través de ella, las eras imaginarias quedan testificadas, grabadas para siempre en música y silencio, en un laberinto eterno de diáfanos simbolismos.

2. Los ídolos de cobre sobre el río
“Porque me ven la barba y el pelo y la alta pipa dicen que soy poeta..., cuando no porque iluso suelo rimar –en verso de contorno difuso- mi viaje byroniano por las vegas del Zipa...,”
León de Greiff

Tras aceptar el encargo que me fue conferido, respecto a la elaboración de un ensayo crítico sobre una antología de siete poetas mexicanos de mi generación, titulada Espacios en Disidencia, una incierta emoción me afectó profundamente. Me había colocado en una posición de dilema doble, por un lado la inevitable vanidad y el escepticismo receloso que la enmascara, como a una rosa, por otro lado, la rasgadura del velo, es decir, el deber de limpiar la vista por la “fuerza del conocimiento” como diría Nietzsche y así, a la manera de un cabalista medieval hacer guematria, sopesando cada adjetivo al medir las redes rítmicas y diseccionar sintagmas hasta conseguir el núcleo lleno de vida, que es la verdad poética.

De esta forma, la misma noche en que recibí el texto aludido coeditado por Editorial Praxis y Ediciones Velamen, comencé a darle una primera lectura de aproximación. Para grata sorpresa de mi ego, desde los primeros versos que leí comencé, poseído por una tristeza de asbesto, impermeable al aciago fuego, a notar la pobreza del lenguaje, lo tropezado del ritmo y la falta, por no decir ausencia, de contenido en los poemas. Me tope, con patéticas plegarias de ateos.

Pese a que más adelante en este trabajo, describiré el análisis efectuado a los poemas, puedo adelantar, a manera de ejemplo y a la vez fundamento de estas tan abruptas aseveraciones, lo siguiente:

“Confundido, iluminado
Descendiendo del tiempo
Como alguien que se hunde en la marea
Al fin soy
Al fin descanso
Al fin me tengo
Al fin me entiendo
Al fin suspiro con un beso
Ya muy lejos de mi cuerpo.”
Leopoldo Lezama. “Canto Metafísico”
Ejemplos como el anterior abundan en la antología. Dulcemente agraciados con las más altas cualidades de los poetastros oficialeros: excesivo uso y abuso de los gerundios, arritmia, lugar común recurrente hasta el asco, divismo, cursilería posromántica y una generosa ración de mensajes obtusos y vacíos. Cito:

“La vida ha sido amar con el amor de los ciegos. Escribo en el silencio. Miro la lluvia que nunca pasa, en la ventana. Mi padre no se pudo ir a la guerrilla porque tenía el pie plano…”
Rafael Mondragón. Cuarto Fragmento.

Pirotecnia literaria, verborragia que no llega siquiera a ser infecciosa, sino simple y llanamente sosa, fragmentos tan reveladores y hermosos como aquel canto escolar que dice: Juanito tiene una pelota redonda.
Una consecución de ripios sonoros, que en lugar de musicalidad, provocan cierto extrañamiento de la razón que confundida, deriva casi irremediablemente en la desidia, y al fin, en el desentendimiento de la obra. Por ello, es imperativo cuestionar no sólo al autor y a la obra, sino también a quienes tenemos la desgracia de pasar nuestros ojos por sus páginas. ¿En dónde se ubican estos siete titanes con sus voces desplomadas del Olimpo? ¿En qué espacio ontológico anidan estas lívidas urracas con pretensiones de cuervo?

Para Leopoldo María Panero, quien a pesar de estar recluido en una institución de “salud mental”, parece ser la potencia poética más lúcida de estos días, el poema es “el dios más siniestro que existe”6, en este sentido, este dios extranjero, peligroso, matemático e indiferente que uno execra del alma como prueba de una existencia que se presupone vacía, como un cadáver anticipándose a la propia muerte, presupone un cierto desequilibrio, una debilidad enfermiza por la autodestrucción, cuando no un divismo, una exagerada megalomanía, la cual sólo puede producir composiciones tan lamentables como la que a continuación cito:

“Una flor, fingiendo
Se jacta desde el aire:
La mariposa”
Luis Téllez. “Una Flor, Fingiendo…”
Respecto a este poema de Luis Téllez, se puede decir por ejemplo, que es un vergonzoso intento de imitar la poesía japonesa, con una pretendida profundidad que a fin de cuentas se evidencia más bien como una estructura vacía, pétalos sin flor, pues no sólo se limita a ser poco original, sino que más aún, se convierte en menos que el polvo de la sombra de piezas tan maravillosas, como la que a continuación me permito citar:
“¿Una flor caída
volviendo a la rama?
Era una mariposa.”
Îo Sógui
Ciertamente la culpa no es del todo de quienes publican estos textos, sino de aquellos que, jactándose de su calidad de académicos o eruditos, les permiten publicar textos que debieran de ser sólo ejercicios personales para el perfeccionamiento del oficio. Lo anterior, es aún más grave en tanto que siendo conocedores de las letras hermosas, patrocinaran la publicación de estos ensayos, como si fuesen la labor de poetas con oficio, seguramente sus intenciones para con estos jóvenes poetas, no han de ser cien por ciento literarias, de otra forma ¿porqué bautizarían con su hedionda saliva negra a este infortunio literario? Parafraseando a Edgar Allan Poe: sólo vale la pena escribir cosas nuevas, o escribir de cosas viejas de nuevas formas.

Ahora bien, analizaremos algunos de los textos de esta antología, a la luz del método de las Redes Rítmicas, el cual pretende desenterrar el núcleo del poema, es decir el paradigma que contiene lo que realmente el autor quiere decir, a través de la detección del ritmo y las palabras acentuadas, ubicando los acentos de calidad en cada verso. Asimismo, también muestra la técnica de composición, la armonía y la melodía, las rimas y, en este caso, por tratarse de versos blancos, el metro, que da la cadencia a los poemas:
I.- “(9/11)” de Iván Cruz:
1Con / qué / cer / te / za 5 A: 2, 4
2Nos / en / ca / mi / na / ban / al / ma / ta / de / ro, 11 A: 1, 5, 10
3Con / qué ab / ye / cta / pa /cien / cia 7 A: 2,6
4Con / su / mie / ron / ge / ne / ra / cion / es 9 A: 3, 8
5Y o / ri / na / ron / a / nues / tros / muer / tos. 9 A: 3, 8
6Hoy, / la a / bun / dan / cia / de / sus / cer / te / zas, 10 A: 1, 4, 9
7La ab / yec / ta / pa / cien / cia / de / sus / le / gio / nes 11 A: 2, 5, 10
8Se / mi / de en / el / rau / dal / de / sus / es /com / bros. 11 A: 2, 6. 10
II.- “Los Gatos” de René Morales:
1Por / que / soy / lib / re 5 A: 3, 4
2Te in / vi / to a / co / rrer / a / los / te / ja / dos 10 A: 2, 9
3A / co / mer / tór / to / las, / a / ver / quien / se a / ho / ga / pri / me / ro / con / las
[17 A: 3, 4, 8, 9, 11, 14
4plu / mas / en / la / gar / gan / ta 7 A: 1, 6
5Te in / vi / to a / la / mer / nos / los / lo / mos 8 A: 2, 5, 8
6A ha / cer / el / a /mor / con / do /lor, / co / mo / lo ha / cen / los / ga / to
[15 A: 2, 5, 8, 11, 14
7A / mau / llar / has / ta / que / se / nos / re /vien / te / la / gar / gan / ta 15 A: 3, 10, 14
III.- “5” de Luis Paniagua:
1El / dí / a 3 A: 2
2Vis / te / la / tran / qui / li / dad 7+1 A: 1, 7
3Co / mo un / a / bri / go 5 A: 2. 4
4Al / am / pa / ro / del / cual 6 A: 3, 5
5Llo / viz / na 3 A: 2
6Y / nos / sal / pi / ca 5 A: 4
7(co / mo / con / tra un / mu / ro) 6 A: 5
8la / de / ses / pe / ran / za. 6 A: 5
IV.- “1” de Alberto Trejo:
1De / be / ser / la / ven / ta / na a / bier / ta, 9 A: 1, 3, 6, 8
2son / ri / sa / del / ár / bol / que / se hi / zo / pri / ma / ve / ra; 13 A: 2, 5, 8, 12
3o es / ta / sen / sa / ción / de / noc / tur / na / car / ne, 11 A: 1, 5, 8, 10
4o el / sa / bor / a / dis / tan / cia / de / los / o / jos / que / re /cuer / dan,
[15 A: 3, 6, 10, 14
5o la / len / ta a / go / ní / a / de u / na i / ma / gen 10 A: 2, 5, 9
6que / no / ter / mi / na / de / mo / rir 8+1 A: 4, 8
7lo / que / vie / ne 4 A: 3
8to /dos / los / dí / as 5 A: 1, 4
9al / ca / fé / de / las / ma / ña / nas. 8 A: 3,7
Como se dice popularmente “al buen conocedor, pocas palabras”, los textos número I, II y II ni siquiera pueden considerarse poesía, son prosas a renglón cortado, no existe la más mínima noción del verso libre, ni por asomo se les puede dar una lectura rítmica, los acentos están acomodados de formas tan arbitrarias que los “versos” carecen de toda musicalidad. No vale la pena siquiera que profundicemos en el estudio de estos deplorables pasajes.

Por lo que hace al texto número IV, es evidente que Alberto Trejo asistió siquiera a alguna de sus clases, ya que el suyo, es un poema que cumple los criterios del verso libre, aunque ciertamente en los tres últimos versos, el ritmo se cae por completo.

Por lo que hace al estudio de fondo de este poema, llama la atención de forma especial el tema, cliché de la melancolía, aquella carne nocturna, aquellos ojos recordados, la imagen que aún entra por la ventana abierta, el medio morir y la rutina previsible del café. Con una sobrada ingenuidad simbolista, el fondo de este poema lo podemos encontrar en un sin fin de cantos populares. Extraña forma esta de hacer “poesía culta”, componiendo una cursi balada estilo Ricardo Arjona, disfrazando todos sus lugares comunes con versos de arte mayor. Alberto, no te confundas, lo tuyo son los octosílabos trovescos.

3. La antipoesía como un fracaso del espíritu
“¡Ah, preocupaciones de los hombre!
¡Ah, qué gran vaciedad hay en las cosas!
‘¿Quién leerá esto?’ ¿A mi me dices tu eso? Nadie, por Hércules.
‘¿Nadie?’ O dos, o nadie. ‘¡Vergonzoso y compasible!’ ¿Por qué?...”
Aulo Persio Flaco
"Cállate o di algo mejor que el silencio."
Pitágoras de Samos
¡Vaya profanación!, la de estos titanes. Momificando en el lugar común, el cuerpo ya tantas veces resucitado de la inspiración. De vez en cuando es saludable comer carroña y vomitar plumas de pavo real, según la más pulcra exégesis sobre la poética de Carnero. Quienes realmente nos dedicamos al oficio de unir y desunir palabras, de modificar la esencia escondida con las diferentes posturas del nombre permanente, sabemos que la fama no la merece nadie, y que la Historia, ese Leviatán afeminado, conoce a quienes “están hechos para el látigo” como diría Baudelaire al desnudar su corazón, y golpeará, no por justicia sino por capricho.

La poesía no es recomendable para quien busca la gloria, la fama o riquezas, pues es el viaje de uno con su propio cadáver a cuestas, la poesía debe revelar el no-ser como única verdad posible, como aquello hacia lo que todo ser tiende y en lo que el universo entero acabará, la poesía es un Nirvana terrorífico, porque es posible llegar a ella en cualquier estado mental, ese es su peligro, una receta infalible para el insomnio perfecto.

En este espacio yo sólo veo una disidencia, sin excepción, los siete autores renuncian a la poesía y se adhieren a aquel ya caduco movimiento de antipoesía que ciertamente hoy es por demás anodino. La matemática precisa a la que responden el ritmo, el metro y la sintaxis, aún en el verso libre y en el verso blanco, estos dos últimos que supuestamente son trabajados por los titanes, aunque a veces parecen indecisos sobre este punto al grado de perder en ocasiones los estribos y coquetear con la prosa sin un sentido aparente de las proporciones poéticas ni del aliento, ese que provoca la asfixia, en última instancia, la música del poema. Así, la ausencia de esta labor de medidas y cuentas de las sílabas y los versos, de fonemas y de acentos, parece no alterar el firme propósito de los titanes de escribir poesía, de colocarse como ídolos adentro del lecho del río y cortar su cauce.

Así, esta poesía culta que pretenden hilvanar los siete titanes en laberínticas ramificaciones, no puede ni siquiera ser considerada parte de esa carga renovadora, de esa verdadera actitud de exploración de los rojas raíces del insomnio intelectual, cuando se cae por falta de talento, o lo que es peor, por falta de dedicación, en tantos ecos de silencios mal ubicados, en tantos derroches de imágenes desarticuladas y naiff, donde el lenguaje poético no es más un ordenamiento de lo enigmático, a la manera de pensar de Borges, sino una simple estructura de perdición, donde quien escribe es el último en disiparse, pues ni siquiera él está presente en su propio engendro.

Espacios en Disidencia, es un ciego testigo más de la ignominiosa actitud de un statu quo que ha encontrado la fórmula de acallar el espíritu revolucionario, regalando puestos y oficinas de mediocre gestión, y ya que si bien es cierto que la burocracia es el purgatorio de los revolucionarios, es un malogrado umbral del infierno, donde el Estado puede y de hecho crea un espacio libre de toda subversión y por tanto desarrollo en el discurso literario actual. Por tal motivo, en Espacios en Disidencia, no encontraremos las nuevas voces de la poesía mexicana, por el contrario, encontramos la decadente letanía del automatismo esteticista por el que se pretende justificar la caducidad del espíritu humano.

Prosas de un poeta menor

Author: José Miguel Lecumberri /

“HORROR VACUI [REFLEXIONES DE UNA INTUICIÓN ENAJENADA]”

Lo único que existe es el futuro. El ser potencialmente puro, el ser que es consumido por la nada, entendida como el lugar donde sólo habita una cosa, la energía del vacío. El futuro muere a manos del aburrimiento, o más bien de la angustia resultante del aburrimiento profundo.
Todo propósito es un imposible, en cuanto logramos aproximar nuestra ilusión a la existencia, esta última inmediatamente se corrompe y extingue. Se ha dicho que Hegel respondió estas cuestiones de forma elegante, nada y ser se identifican, sin embargo la nada es una imposibilidad lógica, solamente eso, el ser, una ilusión.
Para diferenciar dicha ilusión de lo que antes nombré como imposibilidad lógica, recurramos a un sencillo ejemplo, la abundancia de agua en el desierto más árido del mundo, es una imposibilidad lógica, pero por tanto vulnerable en el mundo material, es decir, es posible que de facto haya agua o llueva en dicho lugar, pues la materia no responde al espíritu ni viceversa, hay una dislocación esencial entre ambas formas.
Ahora bien, en cuanto a la ilusión, es claramente posible a nivel lógico que estando yo en el desierto, muriendo de sed, mi mente me engañe con la ilusión del agua, con un espejismo. En resumidas cuentas, lo que yo considero una imposibilidad lógica es pues, una situación, estado o comportamiento del mundo físico que es inconcebible o cuando menos improbable para la lógica humana, en cambio la ilusión, es un movimiento generativo de la mente humana, que se sobrepone en el mundo material como parte del mismo.
Ahora bien, ¿es el ser una ilusión del propio ser, o lo es de algo más? Un cierto tipo de chocolate me provoca dolores de cabeza inimaginablemente atroces, sin embargo, sobrellevo mi penosa existencia, con momentos de temblorosa salud, al igual que para Cioran, para mí, la muerte por mano propia es, sin lugar a dudas, la única justificación de vida. En este sentido, el dolor, único contenido común del espíritu y la materia, único punto de encuentro, es también la pista única, el rastro inmundo y enfermo que nos ha dejado aquel perverso demiurgo platónico, si es que hay tal, y… ¡claro que lo hay!
Hemos sido creados por el absurdo, a partir del caos y su herramienta: el dolor.
¿Para qué tomarnos en serio la existencia? A fin de cuentas, lo único que nos sostiene es el dolor, esa desagradable sensación de desgarradura infinita que se expresa en el sufrimiento, única verdad de la existencia.
No obstante, el sinsentido, como una especie de descendiente macabro del absurdo [redentor idiotizado por las drogas que lo exaltan, por los dioses que lo colman] puede ser la respuesta a nuestra vida, su sentido deforme, el sinsentido es la única finalidad del devenir, así, el hombre es la manifestación material del absurdo, es decir el sinsentido, ese dios encarnado en la putrefacción de nuestros cuerpos, la posmodernidad nos exige estas alegorías, estas parodias del infierno. Así, el hombre, maquina que con su propia conciencia sabotea su ser mecánicamente, automáticamente, ha encontrado en el vacío, o más exactamente en el cadáver de un Dios que se apesta, los indicios de una resurrección aciaga de la moral de occidente. El miedo, sería entonces, la herramienta condenatoria del hombre posmoderno, ¿qué nuevos dioses engendraremos a partir de este renovado artilugio del inconsciente colectivo?
Como fenómeno espiritual, el miedo posmoderno se debe a la angustia que el sufrimiento provoca en la existencia. La angustia es un continuo más o menos uniforme de emociones, sentimientos y estados mentales que alteran la conciencia y mueven el espíritu. El aburrimiento, es precisamente el movimiento del espíritu, la irremediable contemplación del cambio, pues el hombre ante todo, es un ente que contempla su propio devenir con la actitud de un león ciego, intranquilo por las formas desconocidas que se sugieren ante él, y que es incapaz de distinguir.
La existencia, a la que me he referido en los tres párrafos anteriores, es idéntica al espejismo del agua en el desierto, o también podría verse como la carretera por donde el ser se arrastra como un caracol. No hace referencia al futuro. He decidido separar dos existencias, la del futuro, es decir, la única realidad y la existencia como camino del ser.
De ahora en adelante, este breve trabajo sólo hablará de la existencia, en su sentido de realidad, de futuro.
El hombre se siente siempre ajeno, siempre extranjero, ni el espacio ni el tiempo son cobijo suficiente, porque no hay realidades como su espíritu las pretende revelar, no hay sabiduría, sólo hastío, no hay tragedia, solo un sinsentido llano, irremediable.
Así, Dios es todos los absurdos y ni uno a la vez, por eso la mayoría de las religiones del mundo lo relegan al futuro, a la existencia [¿somos sueños de aquel que no despertará nunca? ¿somos su insomnio dormido?].
También por eso, los antiguos budistas se referían al Nirvana como un espejo puro, sin reflejos, porque sería un espejo del futuro, de la existencia, que no siendo por sí mismo estuviese contemplando, atesorando la existencia en un estado de perpetuo e inmutable asombro. En este sentido, la contemplación es la única forma de ser a nuestro alcance, y la contemplación pura sería el único contacto posible con la existencia, más aún, con la esencia desde la apariencia.

LA LUZ QUE EL OTOÑO ADOPTA: BREVE APROXIMACIÓN
A LA OBRA DE HUGO GARDUÑO


“La imagen literaria debe ser ingenua.
Tiene, de este modo, la gloria de ser efímera,
piscológicamente efímera.
Renueva el lenguaje embelleciéndolo.”
Gaston Bachelard

Luz Parda de Hugo Garduño, ha sido un material que gratamente me sorprendió al leerlo y aún más al analizarlo. Un conjunto de poemas, casi todos de arte mayor, que aún ahora no sé si pertenecen a un mismo libro.
Tal vez Luz Parda sea el resultado de una antología personalísima, a través de la cual, el poeta pretende reconocerse en las siluetas de un mundo, que si bien le ha sido accesible por virtud, tal vez, de misteriosas revelaciones, no obstante le es sensiblemente inaccesible, un poco a la manera de Artaud, quien dice “Cuando escribo sólo existe lo que escribo”, como por una suerte de imposibilidades metafísicas, llegando al poema, la pieza extraviada de un rompecabezas siempre inconcluso, la propia existencia, el devenir de un esteticismo que no alcanza a hacer realidad aquello que Keats afirmara “la Belleza es lo verdadero”, a traves de una sería de elementos lingüísticos, como Borges escribiera sobre Nietzsche: “una sintaxis de aficiones arcaicas y un vocabulario neológico, la máxima energía y la máxima vaguedad, la inextricable ambigüedad del sentido y la pompa de la dicción.”1
Lo anterior justifica, en cierto modo, aquello que el autor nos revela al principio de uno de sus poemas “Así, como me siento tomo los objetos…”, más adelante, en el mismo poema y tomando la postura del enfant terrible nos advierte: “Muy de noche me he bebido en despilfarro mi sangre.”, el poeta hurga en la entraña de antiguos misterios, buscando una especie de doctrina renovadora, una gnosis para tiempos decadentes, la luz hace daño, es preciso oscurecerla un poco: “La llama no es eterna,/sólo dura el tiempo que quema.”
Es entonces cuando el poeta recita sortilegios, monólogos que a manera de sentencias hilvanadas por una musicalidad muchas veces virtuosa, aunque he de decirlo, algunas otras tropezada por el abuso de la rima asonante, alcanza la dicción de antiguos arcanos perdidos en las comisuras del inconsciente colectivo.
Retomando el tema de la estructura del poemario, que mencioné al inicio de mi disertación sobre Luz Parda, es precisamente aquí, en la musicalidad de los poemas que Garduño reúne, donde se denota la extrañeza, en una especie de síncopa que pareciera arrastrar un silencio perpetuo y no obstante, temeroso.
Así, el poeta se sabe extraviado, una especie de Lázaro revivido, medio putrefacto, uncido por una divinidad maldita. Oscuramente llega a la iluminada conclusión de que: “…Mirar en las tinieblas/y buscarlos cuando pasan. Así me he hallado muerto/en un pliegue sucio. Mirándome con la constancia,/de haber acabado ahora.”, más adelante, damos cuenta de uno de los versos mejor logrados del libro: “No me haré caber en esa tumba./Vuelve otra vez a arder/orgullosa luz.”, rehusándose así a la mediocridad de esta existencia, como un Sísifo que, subversivo a su condena la purga cantando. Pero sus cantos tampoco encuentran salida en la muerte, porque ya la experimentó, por adelantado.
Garduño concuerda con cierto pesimismo intelectual y categóricamente reconoce la muerte como única existencia real, y ve a la vida como aquel “objeto exterior” del Conde de Lautreamont, un plagio del dolor, única sensación con contenido, el poeta se desangra en cada poema, en cada fragmento de ser que conduce a la nada, en cada rima que hace evidente lo absurdo de este oficio y de cualquier actividad humana, por medio de una especie de escepticismo dogmático: “Porque no me eres posible bajo la vista”, nos dice Garduño en un tono desconsolado y agrega al final del mismo poema: “El primer humano, aquel que es hermoso/es ese que no lleva carga.”, aquí nuevamente la referencia al absurdo hombre contemporáneo, prisionero de grandes corporaciones, más esclavo que los esclavos de la antigua Grecia, y que sin embrago percibe su tarea ignominiosa como una bendición del utilitarismo, un Sísifo de renovados tedios, en el borde de la desesperación, como aquello que escribe Camus en su ensayo:
Los dioses habían condenado a Sísifo a empujar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvería a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.2
En este sentido, Garduño adquiere una nueva actitud hacia este concepto del “hombre absurdo”, “lo inútil siempre se mueve.”, escribe. Un desengaño renovador que de cierta forma, saca al hombre del mecánico desarrollo de sus ideas, mismas que como diría Emil Cioran “ocultan un fondo de nada”, así Garduño decreta: “…trémula crisis/ obsequio de enrarecido oxígeno/duelo de obcecados incapaces…”, recupera la dignidad de un ser que es alimento consuetudinario de sus propias miserias, y lo exalta, lo lleva hacia esa luz inofensiva, otoñal, ahí renueva un vergel paradisíaco, donde el lenguaje es fruto prohibido y a la vez sacramento pues: “..las utopías ahora son desgano”
De esta forma, llegamos irremediablemente de la contemplación a la interrogación ¿Que es esta Luz Parda?: ¿una estrella encadenada?, ¿un semidiós de misterioso aliento?, ¿una palabra con vocación de fuego? Es tal vez, el astro al que se mira directamente, sin intermediarios, la sombra blanca de un demonio que nos ha dejado distinguir lo que a las criaturas les está prohibido poseer.
Garduño reivindica la gesta pormetéica: “Existe un remedio con semblante de luz opaca:/la llegada de otro momento. El que sea.”, se debate entre la rebelión del místico y la reflexión de una santidad profana, de este modo pasa la noche oscura de su alma en la vacuidad del ser del poema, de esos fragmentos de imposibilidad que son método de un abismo conocido, familiar, al cual se contempla desde sus afueras, como a un enemigo, Garduño es precavido con el lenguaje, regatea sílabas con silencios.
Así, Luz Parda, sería entonces una especie de calidoscopio sintáctico, por virtud del cual, los hombre pueden acoger, no sin cierta melancolía a manera de dádiva, esa efímera maravilla que es el arte, el hombre a través del arte, de su fuego creador. El poeta no busca la comunicación por medio de las convenciones del lenguaje, sino a través del as vicisitudes del espíritu humano, como globalidad generadora, como rebelión incesante y hasta cierto punto ingenua del Génesis, una especie de positivismo dialéctico abraza estos poemas, un sentimiento de racionalización de las contradicciones, como esencia misma que el ser comparte con la nada, la luz, se vuelve entonces, instrumento mediador, velo que se rasga para abrir paso a la emanación de absolutos, ideales que desde el mítico principio están presentes en nuestra conciencia, como ángeles guardianes, Luz Parda, hace labor de codificación de mandatos, de vía de comunicación en los umbrales de mundos necesarios por imposibles.



La muerte está servida

El poema es tan solo una rosa más, ensangrentado los cristales rotos de tu mirada, el esqueleto del héroe que se despoja de su armadura y de su muerte, el Caballero Templario que cabalga al sol de medianoche:”y de su armadura se desprende el sueño de los hombres…” como escribiera Paz.
Hay cierto temor en estos poemas, y eso lo he pensado mientras los leía, apagando rencorosamente contra el cenicero, como contra la nada, aquel cigarro que no estaba siquiera encendido y que aquella noche, durante la silenciosa y profunda lectura de “..letras vencidas, cartas marcadas.”, de Juan Carlos Abreu había servido mi muerte. ¿Qué lívido temblor oculta la espiral dorada de estos poemas? El vértigo es sin duda su aliento de deseo y de odio, como escribiera Schopenhauer: “a primera vista dos cosas obstaculizan la felicidad: el dolor y el aburrimiento…”, las dos cualidades poéticas más sobresalientes, para Baudelaire fue el spleen, el hastío para los románticos, para Leopardi la existencia, la caducidad traduciendo al aburrimiento en la única constante, en el verdadero rostro infinito del absoluto: “Así a través de esta/ inmensidad se anega el pensamiento mío;/ y naufragar en este mar me es dulce.”, escribe el poeta italiano autor de “Zibaldone de Pensamientos”.
Así pues, Abreu traza sus epístolas desde el hastío y hacia el absoluto, con el verdadero espíritu de lo subversivo, pues su poesía cuestiona la obligación misma de existir:
A quién habrá de emancipar tu estéril lloriqueo,
si plácida la tiranía
duerme el sueño de los justos,
mientras
lames tu herida desgarrada,
correosa piel ya deshebrada;
oyes vítores y orgías,
festines y algazaras;
incapaz para salir del encierro
te lamentas,
ruges te revuelcas,
con el furor de quien quiere morir
altivo y digno,
en pié y al orden.
La nada, encarnada en la figura del desencanto amoroso es para Abreu el receptáculo del universo y a la vez su propia destrucción:
...a voz estrangulada,
me encarno en la costra de la sombra última
en abrazo pétreo,
danza en la tibieza de los gestos;
esa excusa para lo inclemente del desasosiego:
la palabra misma;
el pretexto para el consuelo
y la espera,
la unción de caramelo a la mejilla
o el rastro de sanguina
(centenario dibujo de los párpados);
aún para esta vez, como las otras tantas,
debo sacrificar el oficio manuscrito,
a erratas o descuidos,
víctima del desatino que descansa en los cajones
cementerio de besos extranjeros;
Y con el altanero pietismo de un San Juan indolente, Abreu levanta su puño contra el cielo como también lo hizo Job:
no era necesario
que pacieran por entre el fruncido ceño
las tantas penitencias,
la última de las resurrecciones
en que abandoné mi carne
adherida a un crucifijo;
Como escribiera Leopoldo María Panero de Félix Caballero, Juan Carlos Abreu es un poeta de los que hacen falta en este “parnasillo cirsense” de la literatura mexicana actual. Los poetas mexicanos se dividen en dos: “los burgueses pretenciosos y los mamarrachos abominables”, Abreu no es nada de esto, el es un caballero, amo del oficio de la lágrima a la rosa atada, al secreto más terrible y hermoso. Enemigo acérrimo del lugar común, el poeta Abreu urde en sus propias y sagradas llagas, en el cuerpo momificado de su resurrección, como un Lázaro, haciendo caso omiso de la advertencia de Michaux que dice “es preferible no viajar con un hombre muerto”, Abreu viaja con su propio cadáver a cuestas porque sabe al igual que Girri que “más allá de la verdad está el estilo” y que la poesía no describe la realidad, la organiza, es lo “irreal, lo real sin objetos”, donde el símbolo, la melodía y el silencio penetran confundidos en la carne, la diseccionan y muestran al ser desnudo en imágenes bellamente logradas como aquella que dice:
lo que no puede esconderse del silencio:
es el salitre de una lágrima,
La alegría no es un sentimiento poético, como afirma Cioran, la poesía es un veneno que lentamente intoxica el alma con una melancolía sin artificios, la pose no va con la poesía, el poeta vive en la desgarradura:
[…] lames tu herida desgarrada,
correosa piel ya deshebrada;
oyes vítores y orgías,
festines y algazaras;
incapaz para salir del encierro
te lamentas,
ruges te revuelcas,
con el furor de quien quiere morir
altivo y digno,
en pié y al orden.
El ritmo contundente, marcado por la rima densa y asonante a la vez, como por la batuta exigente de un director de orquesta va hilando en la piel silenciosa de la hoja al poema, cristal herido por su propia transparencia, Abreu hace gala de un lenguaje traslúcido y a la vez cegador como una ola de luz erigiéndose para ocultar la oscuridad del mundo y abalanzarse sobre ella con el erotismo de la víctima que se rinde ante su agresor, Abreu enamora la ausencia de la mujer amada, se rinde y desespera ante su sola posibilidad, como la llama danzante de una vela en el momento exacto de extinguirse en un halo de húmedo vapor:
…heme aquí,
que he sabido hacerme ajeno
a la inquietud y el sobresalto
de compartir un amorío en la penumbra;
pude haber besado inmune,
acaso sin desearlo,
una noche furtiva delatora de caricias,
clandestino desboco.
…heme aquí,
que he marcado los linderos con el prójimo,
he aprendido a reírme del dolor
y a dolerme de alegrías;
nunca supe transitar
del desconsuelo a la esperanza.
Finalmente, la poesía de Abreu, ajena a toda moda o academia impuesta por el parnasillo circense, sumergido en su oficio como un antiguo cabalista en la obsesión del nombre perfecto, del poema perfecto por imposible, ha empeñado su vida y la ha ofrecido como un banquete, como dijera Spinoza “un hombre libre en nada medita más que en la muerte y su meditación no es de muerte sino de vida”, Abreu si ha sabido comprender aquello que Panero recita “hacer de mi cadáver el último poema”.

“LOS HORRORES DEL CORDERO CANIVAL”
El problema de la izquierda no es en absoluto su inconformismo crónico, pues éste es ciertamente su único sentido. Lo que realmente hace decadente e inútil a la izquierda es y ha sido su cobardía, su unanimismo, su falta de carácter para tomar cartas en los asuntos sociales y políticos de desigualdad y abuso, y no sólo esto, sino que la mayoría de los izquierdistas, cuando menos en México, gozan de puestos burocráticos de miseria en los cuales se practican las más bizarras corruptelas de forma consuetudinaria y sin escrúpulos.
De igual manera sucede con las organizaciones de ayuda y beneficencia, todas dan lástima en el mejor de los casos, cuando no están vendidas a la elite gobernante y funcionan como una especie de disfraz para las porquerías del poder del mundo.
Los marginados somos mayoría, y sin lugar a dudas en poco tiempo seremos ganado para consumo de quienes detentan el poder político y económico. Ya no somos explotados, por la sencilla razón de que el trabajo está desapareciendo, ya no somos útiles, seremos exterminados. Seguramente en menos de veinte años, al agotarse los recursos, seremos usados como alimento, como refaccionaria de órganos y tal vez incluso como conejillos de indias para experimentos de todo tipo.
Por eso nos enajenan con circos de la más baja la calidad, no es necesario el esfuerzo, nuestras mentes son débiles, nuestros espíritus se diluyeron en la apatía y se remataron a cambio de espejitos.
Pero la culpa no es en forma alguna de quienes detentan los poderes, el status quo hace su trabajo. La voluntad del poder es en el fondo, una autodestrucción ingenua y cruel.
Somos culpables los marginados, artistas, pensadores y activistas de izquierdas, liberales de pacotilla que no servimos a las causas altas, porque el posmodernismo nos ha adoctrinado en la práctica del vacío y porque nos sentimos cómodos en ese útero invertido, formando parte del rebaño caníbal.
Es cierto que existe un poder mundial por encima de los Estados Sociales de Derecho, como patéticamente se denominan hoy en día, es cierto que el hombre al destruir los recursos naturales se sabotea a sí mismo y, de forma consciente, es esa necedad de extinción la que nos ha traído en primer lugar hasta aquí, occidente es el mundo y la gran manzana que se pudre mientras la devoramos irresponsablemente.
Lo cierto es que no tenemos salvación, que continuaremos, ya ni siquiera como aquel Sísifo oficinista-ejecutivo-yuppi de Camus, sino engordando en corrales, descerebrados, esperando nuestra irremediable entrada al patíbulo, a la mesa del nefasto banquete, como platillo principal.
¡Sépanlo ya!, no es exageración, sus hijos acabarán en una olla, con una manzana en el hocico, o en una cama de disección donando sus órganos al hijo del Presidente de Monsanto, o de cualquier otro aristócrata, y no se extrañen si son ustedes mismos quienes los venderán como reses.
La culpa es nuestra, porque hemos sido no sólo débiles, sino tibios, arrogantes y traidores, siervos de una hegemonía del absurdo, del entretenimiento grotesco y sin escrúpulos, hemos cambiado la indignación impetuosa, propia de quien es aplastado, por una hipócrita sonrisita de agradecimiento por las desgracias que se nos otorgan como ganancia por nuestra mansedumbre y cooperación, tributamos todos los días el ano como vedettes, estamos, como ya lo advirtió Baudelaire “hechos para el látigo”.
Somos los mismos mealiras, poetastros y escritorzuchos, artistas de lo fútil, mercenarios de la belleza, los mismos que Rimbaud condenaba, aquellos que han dejado morir los más puros ideales humanos, asesinos de la estética y proxenetas del símbolo, en nosotros no hay respuestas solo enajenación, somos nosotros y nuestras obras el nuevo opio de las masas, peor aún, somos el abono de nuestro alimento envenenado.
A manera de conclusión para esta advertencia soltada al viento como un lóbrego papalote , remedo de inútil profecía, me gustaría citar a Viviane Forrester, quien en su penetrante y desgarrador ensayo El Horror Económico, nos advierte que: "El mercado laboral está menguado y en vías de desaparecer". (p. 65); "se pretende que lo social y económico están regidos por las transacciones realizadas a partir del trabajo cuando éste ha dejado de existir". (p. 13), "la pobreza (...) conduce a los pobres a mutilarse en beneficio de los poseedores con tal de sobrevivir un poco más. Se lo acepta (...). Nadie hace nada salvo cerrar el diario o apagar el televisor". (p. 155).3
Así, ante una izquierda sometida, apática, inoperante, más aún, vendida y sin remordimientos, nada puede hacerse, sólo espero atestiguar el fin de esta rastrera y asquerosa enfermedad: la humanidad. Y espero que al menos, ese final, esté a la altura de nuestras más penosas y abundantes ganancias. Como advirtiera Cioran, el último lúcido: “el hombre debe desaparecer”.